lunes, 18 de marzo de 2013

La fantasia de la individualidad

Almudena Hernando

La fantasía de la individualidad

Sobre la construcción sociohistórica del sujeto moderno

fragmento

I. Planteamientos generales

1.
Tal vez fue porque a mi madre le gustaba vestirnos igual a mi hermana melliza y a mí, aunque no nos parecíamos nada, e incluso a nuestra tercera hermana, y a la cuarta... Tal vez fue por eso, pienso, que nunca acabé de confiar en las apariencias. Porque aun cuando de adultas siempre hemos tenido una excelente relación, el hecho es que bajo aquella encantadora estampa de armoniosa sincronización infantil subyacían tantos conflictos como los que cabe esperar de la relación normal entre los seis hermanos que llegamos a ser...
Tal vez también pudo ser esto lo que me llevó, sin saberlo, a estudiar arqueología, porque después de haber dedicado una tesis doctoral al Calcolítico del sureste español me di cuenta de que apenas me interesaba lo que había ocurrido en el 2.500 a.C., y se convirtió en un misterio profundo la causa que podía haberme conducido hasta allí. Sin embargo, ahora me parece meridianamente claro que sin la prehistoria y la arqueología no podría pensar las cosas que me interesan del modo en que me interesa pensarlas. Tardé un tiempo en entender lo que ya habían comprendido Freud y Foucault mucho antes que yo: que lo que me atraía de la arqueología era que, utilizada en sentido metafórico, me ofrecía un procedimiento de análisis genealógico, de largo plazo, que enseña a bucear en las raíces y los fundamentos de los procesos visibles, fijando la atención en la lógica profunda que les da sentido y no en la apariencia que su expresión puede revestir en un momento dado. Entendí también que la prehistoria enseña a considerar los orígenes como una de las claves esenciales de esos procesos, que no se entienden de la misma manera sin esa variable fundamental. Pero, sobre todo, comprendí que el estudio de la cultura material, en la que se especializa la arqueología en tanto que disciplina, proporciona un instrumento particularmente interesante para abordar el estudio de una sociedad cuando se desea huir de las apariencias, porque dirige la mirada a lo que la gente hace y no, como en el caso de la historia, a lo que ha decidido contar de sí misma.
Cuando se observa con mirada de arqueóloga a las sociedades actuales, sean indígenas o industriales, saltan a la luz datos muy interesantes, porque se comprueba que, en general, lo que la gente dice de sí misma no coincide con lo que se observa que hace. William Rathje (1992), que recibió el premio de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia por su proyecto de arqueología sobre la basura, demostró, por ejemplo, que cuando hoy se les pregunta a los estadounidenses sobre sus hábitos de consumo dicen cosas que no se corresponden con lo que se encuentra en los cubos de basura que hay en la puerta misma de sus casas, y que esto no sucede necesariamente porque mientan, sino porque no reconocen determinadas cosas que hacen. De ahí que mi formación como arqueóloga me lleve a estar convencida de que si se quiere averiguar cómo es la gente en realidad, no hay que analizar lo que dice, sino lo que hace.
Hay toda una parte de nuestro comportamiento que no es reconocida en nuestro discurso consciente y explícito, porque no es valorada socialmente, o porque representa partes de nosotros mismos que preferimos no tener presentes. La consecuencia es que esa parte puede ser negada, en el sentido de que puede no ser vista, ser ignorada por la propia persona que, sin embargo, está poniéndola en práctica delante de nuestros ojos. Debe entenderse que estas personas no están mintiendo, sino que ellas mismas no reconocen ante sí mismas lo que hacen. Cuando en este texto se haga alusión a una negación no se estará haciendo referencia, por tanto, al hecho de negar que se sabe algo cuando sí se sabe, sino al hecho de no saber, de no tener conciencia de estar haciendo lo que sin embargo se está haciendo.
Pues bien, lo que propongo es dirigir una mirada de prehistoriadora (teniendo en cuenta procesos de largo plazo que empiezan en los orígenes), y de arqueóloga (observando qué es lo que hacen sus representantes) a determinados aspectos del orden social en el que vivimos, aquellos que afectan a la relación entre hombres y mujeres. Este orden ha sido denominado patriarcal porque es resultado de toda una trayectoria histórica definida por la dominación de los hombres y la subordinación de las mujeres, relación de poder que, en cuanto norma social, sigue manteniéndose en la actualidad. Mi esperanza es que las próximas páginas permitan desentrañar algunas nuevas claves para entender la lógica que lo guía, pero, sobre todo, que su comprensión pueda ayudar a luchar contra esa subordinación.

Dos libros recomendados por Laura Freixas

 

Publicado el 07/03/2013
Laura Freixas (Barcelona, 1958) estudió en el Liceo Francés de su ciudad. Se licenció en Derecho en 1980, pero se ha dedicado siempre a la escritura.

Se dio a conocer en 1988 con una colección de relatos, El asesino en la muñeca. En 1997 se publicaría su primera novela, Último domingo en Londres, a la que seguirían Entre amigas (1998) y Amor o lo que sea (2005). Ha publicado también otro libro de relatos (Cuentos a los cuarenta, 2001) y una autobiografía: Adolescencia en Barcelona hacia 1970 (2007).

Su último libro publicado es la novela Los otros son más felices (2011).

martes, 12 de marzo de 2013

La maternidad y la cultura por Laura Freixas

LAURA FREIXAS Algunos extractos:

Autobiografía cruda
Cuando me quedé embarazada, en 1993, hice un descubrimiento sorprendente. Hasta entonces, siendo hija de una familia (sobre todo
una madre) muy lectora y educada en un excelente colegio (el Liceo Francés de Barcelona), mi vida había sido un constante diálogo entre la experiencia y la literatura, lo vivido y lo leído. Antes y después de conocer París había leído innumerables novelas situadas en París, del mismo modo que a medida que me iba haciendo mayor, iba contrastando mi vivencia del paso de los años con otras, también innumerables, novelas que reflexionan sobre el paso de los años, o
que podía comparar mi experiencia de la pareja con infinitas novelas sobre parejas, y así sucesivamente. Con toda naturalidad, pues, en
ese momento de mi vida busqué novelas que hablaran de la maternidad.
Y para mi estupor, no las encontré.nTampoco las revistas que leía (revistas de pensamiento, entre ellas, Claves de Razón Práctica) abordaban jamás, directa o indirectamente, ese tema, que sin embargo tiene evidentes dimensiones políticas, sociales o económicas.
Si quería leer sobre lo que me estaba ocurriendo, si quería hallar modelos, compartir experiencias, reflexiones, emociones, escritas, no iba a tener más remedio que recurrir a libros prácticos, a la desdeñada sección de “Autoayuda” de las librerías, a revistas tituladas Tu bebé o Ser padres. Nada de arte, de historia, de crítica; nada que tuviera envergadura literaria o filosófica; nada comparable a lo que
para la guerra es la Ilíada, el Cantar del Mío Cid o Viaje al fin de la noche… Sólo ecografías, potitos y flatitos del bebé.
Simultáneamente, en la empresa en la que trabajaba –una editorial–, me encontré con reacciones que también me dejaron perpleja.
Hasta entonces, yo había formado parte del grupo dirigente.
Pertenecía al Consejo Editorial, formado casi exclusivamente por varones, con los que mantenía una relación bastante igualitaria.
Que cambió tan pronto como anuncié mi embarazo: los hombres poderosos empezaron a tratarme de otra manera. Parecían, por una
parte, dolidos, como si yo les hubiera traicionado, como si hubiera estado fingiendo, engañándoles, y ahora me desenmascarase. Y a
la vez parecían aliviados, como si un ser extraño, cuya indefinición causara cierto desasosiego, se hubiera decantado al fin por
una identidad clara y comprensible, para tranquilidad de todos… Me empecé a sentir sutilmente excluida del estamento superior y
masculino. En cambio, el estamento inferior, a saber: el grupo de las secretarias –al que hasta entonces yo apenas había tratado–,
me acogió con los brazos abiertos. Me rodeaban, me preguntaban, me aconsejaban, me arropaban. Como si yo, por fin, me hubiera
identificado como una de ellas.
maternidad y cultura: una reflexión en primera persona Cuento todo esto porque estoy convencida del valor y del significado
de las experiencias personales, incluso (o muy especialmente), de aquellas que por no haber recibido la sanción simbólica
de los conocimientos legítimos (la ciencia, la política, la tradición literaria y artística…), no pueden expresarse de otra manera que como anécdotas, como autobiografía cruda. Expulsada –como yo misma sentí que lo estaba a raíz de mi embarazo– del mundo del
poder y de la alta cultura, la experiencia femenina se ve constantemente rebajada al nivel de lo privado, de lo anecdótico, de lo irrelevante. Queremos hablar y sentimos que nuestra palabra no tiene peso, no tiene autoridad, no se escucha. Abrimos la boca y ningún sonido se registra. Ya está esa pesada contando su embarazo. ¿Esto es una revista seria o una revista de trapos y recetas?
Madres angelicales y madres diabólicas
¿Era verdad esa impresión que tuve entonces de que ciertas experiencias femeninas fundamentales estaban excluidas de la literatura?
Intentando obtener una visión de conjunto, consulté varios diccionarios de literatura universal. Encontré muchos personajes–tipo que se repiten en distintas épocas y países, porque corresponden a características humanas, como la avaricia, la amistad, la misantropía, el idealismo, la traición, el enfrentamiento entre hermanos, la búsqueda del padre, la relación maestro–discípulo… Era de esperar que se encarnasen indistintamente en mujeres u hombres. Puesno. Todos los avaros, traidores, idealistas, misántropos, hermanos, amigos, maestros y discípulos… de la literatura universal, por lo visto, son varones. ¿Y las mujeres? Aparecen algunas, sí, entre los personajes–tipo. Pero son poquísimas. Y además, no se definen por sus características intrínsecas, sino por su relación con los varones: la esposa difamada, la prostituta de buen corazón, la bellaindiferente, la mujer fatal, la solterona, la mujer infiel…



Leer completo en:
http://www.laurafreixas.com/pdf/claves-9-12-freixas-maternidad-y-%20cultura.pdf




Qué significa ser madre y la gestación


  • Para todos La 2 - 27/06/12
  •  
  •  
  • ¿Qué significa la gestación? ¿Es solo un cambio biológico, o va mucho más allá? Vemos un reportaje y charlamos con Diana Guerra, psicóloga del Instituto Valenciano de Infertilidad, Laura Freixas, escritora y autora de "El libro de las madres" y Miren Elixabete Imaz, antropóloga de la Univeridad del País Vasco.
    Se cumplen 93 años de la firma del Tratado de Versalles que ponía fin a la Primera Guerra Mundial. Lo recordamos con David Solar, director de las revistas "Historia 16" y "La aventura de la historia" y Julio Gil Pecharromán, profesor de historia de la UNED.
    En nuestra sección de nutrición la especialista Eulalia Vidal nos hablará de las propiedades de algunos frutos como las bayas, las moras, los arándanos o las fresas.
    Reportaje sobre los Spacelab y la Agencia Espacial Europea.
     

MARTA SANZ y la maternidad


Maternidad” por Marta Sanz Pastor

La novela encierra dos preguntas: ¿es un monstruo la mujer que no quiere procrear?, ¿en qué tipo de mundo las madres reniegan de su nombre? La moraleja quizá no sea aleccionadora, pero el libro es sulfúrico. Sobre todo, aquí, donde un ministro ha viajado hacia atrás en la máquina del tiempo: una mujer-contenedor-criadora-asistente ve limitado el derecho a decidir sobre su cuerpo y es condenada a alumbrar los hijos que le vengan aun en las peores circunstancias. Hay mujeres que no se sienten ni culpables ni incompletas por no ser madres. Lean Tenemos que hablar de Kevin y, después, podremos debatir estas cuestiones más allá del tópico”
 
Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Shriver es una novela sobre la maternidad.
Sobre la cadena edípica y los lazos de sangre. Sobre el significado de “querer a un hijo” y “educar a un hijo”. Consentir, reprimir, adular, castrar, estimular, exigir. Habla de las razones por las que un narrador toma la palabra: justificación, reproche, necesidad de entender o de erigirse en sujeto del relato heroico. También es un libro sobre los WASP,
blancos protestantes adinerados que se permiten el lujo de ser republicanos, patriotas y muy comprensivos con hijos a los que dicen cada día: “Te quiero muuucho, muchacho”.
Una metáfora sobre Estados Unidos que retrata la maldad de los tontos que no entienden por qué les odian y también la maldad de los que miran con una acidez que hace inhabitable la vida. Se aborda el efecto bola de nieve cuestionando los beneficios de informar sobre el horror: como si censura o silencio fuesen herramientas contra la barbarie. La novela encierra dos preguntas: ¿es un monstruo la mujer que no quiere procrear?, ¿en qué tipo de mundo las madres reniegan de su nombre?
La moraleja quizá no sea aleccionadora, pero el libro es sulfúrico. Sobre todo, aquí, donde un ministro ha viajado hacia atrás en la máquina del tiempo: una mujercontenedor-
criadora-asistente ve limitado el derecho a decidir sobre su cuerpo y es condenada a alumbrar los hijos que le vengan aun en las peores circunstancias. Hay mujeres que no se sienten ni culpables ni incompletas por no ser madres. Lean Tenemos
que hablar de Kevin y, después, podremos debatir estas cuestiones más allá del tópico.

sábado, 9 de marzo de 2013

De mujeres y libros o la batalla de las marujas


Laura Freixas (Barcelona, 1958) es escritora. Ha publicado cuentos, una autobiografía (Adolescencia en Barcelona hacia 1970) y varias novelas, la última de ellas, Los otros son más felices, en 2011. Ha destacado también como estudiosa y promotora de la literatura escrita por mujeres. Coordinó las antologías Madres e hijas y Cuentos de amigas, y es autora de los ensayos Literatura y mujeres y La novela femenil y sus lectrices. Imparte regularmente talleres, conferencias y cursos en instituciones nacionales y extranjeras.

Una conferencia realmente interesante sobre nuestra presencia como mujeres, y la invisibilidad de la maternidad en la literatura.

La marginación femenina en la cultura por LAURA FREIXAS



  Laura Freixas

El País, 3 de Mayo de 2008



LA MARGINACIÓN FEMENINA EN LA CULTURA 

¿Por qué hay tan pocas mujeres en el mundo de la cultura? Según un estudio que acaba de presentarse, de las películas españolas de los últimos años (2000-2006), sólo un 7 % han sido dirigidas por mujeres (Fátima Arranz: Mujeres y hombres en el cine español). La lista de los libros más vendidos en España en una semana cualquiera (ABC, 29-3-08) incluye una mujer entre 10 en ficción y dos en no ficción: 10 % y 20 %. De las 43 exposiciones individuales organizadas entre 2002 y 2005 por la Sociedad Estatal para la Acción Cultural Exterior, sólo dos (5 %) llevaban firma femenina (Manifiesto Arco 2005). En los medios de comunicación, aunque son mujeres el 46 % de los profesionales, sólo ocupan un 24 % de los puestos directivos (Informe Anual de la Profesión Periodística, 2006). En teatro, de entre los candidatos a los Premios Max de Artes Escénicas 2008, las mujeres son minoritarias en casi todas las categorías, especialmente directores (25 %) y autores (19 %) (www.projectevaca.com).
Antes del siglo XX, el hecho de que muy pocas mujeres fueran pensadoras o artistas no tiene mayor misterio: no tenían la educación necesaria. Pero son ya varias las generaciones nacidas, o al menos, formadas, en democracia; hay hoy más licenciadas universitarias que licenciados; y sin embargo, ni siquiera en los campos más feminizados -como la literatura, con décadas de mayoría femenina entre estudiantes y lectores- nos acercamos, ni de lejos, a un igual protagonismo. Llama la atención por ejemplo que los premios nacionales creados en 1977 apenas hayan reflejado evolución alguna: en sus diez primeras convocatorias, el Nacional de Ensayo, de Poesía y de Narrativa sumaron 29 varones galardonados y una mujer (3 %); en las diez últimas (1998-2007) 4 mujeres entre 30 (13 %).
Nos interesa fijarnos en la cultura porque es ahí donde mejor vemos cómo actúa un factor difuso, pero muy poderoso: la ideología patriarcal. Ahora bien: ¿cómo identificarla? Sería una grosera simplificación confundirla con la ideología de derechas. Pero si no se halla –o no sólo- en tal o cual catecismo o programa de partido, ¿dónde se formula?
En el lenguaje. El lenguaje nos enseña muchísimo sobre el valor que la sociedad patriarcal asigna a cada sexo, y que se basa en tres axiomas. Primero: el varón encarna todo el género humano (el hombre), la mujer sólo una parte. Ellos pueden hablar en nombre de todas y todos; ellas sólo se representan a sí mismas. Segundo: el hombre se define como un ser social, cultural (hombre de Estado, hombre de negocios, hombre público…), la mujer se identifica con la naturaleza (ser mujer significa menstruar), la sexualidad (mujer pública) y su relación con el varón (mujer=esposa). Tercero: lo masculino es visto como intrínsecamente positivo (hombre de pelo en pecho, ser todo un hombre…), lo femenino como negativo, como lo atestiguan las numerosas voces peyorativas que se aplican a las mujeres: pendón, arpía, maruja….
Lo cual se refleja con toda claridad en el discurso dominante. Véase por ejemplo el titular: “Un islamista, su mujer y su hermana mueren en un atentado suicida” (El Mundo, 30-4-05): la ideología niega la evidencia (tres personas mataron y murieron por motivos políticos) para sustituirla por sus categorías prefabricadas: el varón se define por su relación con instancias abstractas (un islamista), las mujeres, por su relación con los varones. En literatura, el campo que conozco mejor –pero estas observaciones son fácilmente extrapolables-, se habla de “literatura de mujeres”, no para oponerla a la “literatura de hombres” (no existe esa etiqueta) sino para distinguirla de la “Literatura” a secas: lo masculino no es visto como masculino, sino como universal, mientras que lo femenino se interpreta como particular. Por eso obras literarias excelentes son excluidas de los cánones: al haber sido escritas (y especialmente si son, además, protagonizadas) por mujeres, se ven, inconscientemente, como algo de interés puramente sectorial.
Estas consideraciones pueden servirnos también para aclarar un gran misterio. Si, como hemos visto, la participación femenina en la cultura es mínima (hay lectoras y espectadoras, desde luego, pero en términos relativos muy pocas escritoras, directoras de cine, compositoras…), ¿cómo se explica la insistencia de los medios en proclamar, a bombo y platillo, un supuesto triunfo? Citemos algunos titulares, todos de este periódico aunque podrían ser de cualquier otro: “Los libros son cosa de mujeres. Leen más que ellos y dominan el mundo editorial” (23-4-00), “El cine es de las mujeres. Ellas toman el mando” (1-2-04), “La revolución musical de 2008 es cosa de chicas” (8-2-08)… La clave nos la da una vez más la ideología patriarcal: si las mujeres son la parte y los hombres el todo, cualquier incremento de una mínima presencia femenina es visto, no como un avance hacia la normalidad (de la que estamos aún muy lejos, si por tal se entiende el 50 %), sino como una anomalía. Que se espera pasajera, a juzgar por la palabra tan a menudo empleada para definir la nueva situación: “moda”.
Digan lo que digan los medios, sabemos –cifras en mano- que la presencia femenina entre los agentes culturales sigue siendo muy minoritaria. ¿Y cómo, insistimos en preguntarnos, se perpetúa esa marginación, cuando ya hace tiempo que las facultades de artes y letras son mayoritariamente femeninas? Veámoslo con un ejemplo al azar: un artículo sobre la biografía como género, publicado en una revista de pensamiento (Letras libres, enero 2008). El texto, por lo demás brillante, contiene más de 60 nombres. Entre ellos sólo dos femeninos. ¿Es que no ha habido en la historia mujeres biógrafas o biografiadas? Si las ha habido, ¿es que no han alcanzado la excelencia que las haría dignas de mención? Y si no las ha habido, ¿por qué no las ha habido?... Lo importante no es tanto la respuesta que se dé a estas preguntas, como el hecho de que el autor del artículo ni siquiera las plantea. Después de eso, que en el índice de la revista en cuestión encontremos sólo 3 colaboradoras entre 36 (8 %) ya no puede ser una sorpresa. Es decir, que la ausencia de mujeres entre los creadores de cultura produce unos contenidos que naturalizan, legitiman, la ausencia de mujeres, y viceversa. Para romper este círculo vicioso, no basta que aumente, durante varias generaciones, el número de mujeres con estudios. No basta que cambie la realidad, si la ideología patriarcal no sólo distorsiona nuestra percepción de lo real, sino que actúa sobre la realidad, frenando nuestro avance. Así, las noticias antes citadas sobre un supuesto “dominio” femenino en el campo de la edición, la música o el cine tienen un efecto desmovilizador: cuando exigimos mayor presencia, nos contestan: “Pero ¿qué más queréis?”…
Si la exclusión o marginación de las mujeres en la cultura afectara solamente a las profesionales de la cultura, estaríamos ante un simple problema gremial. Pero sería un grave error verlo en tales términos. Pues una cultura que invisibiliza a las mujeres –o las ridiculiza, o trivializa sus preocupaciones- no perjudica sólo a las poetas o las compositoras, sino a todas. Cuando los políticos se preguntan, desesperados, qué se puede hacer para frenar la violencia de género, habría que sugerirles que no vayan sólo a los juzgados, sino al cine. Allí verán cómo en las películas dirigidas por hombres –no así, nunca, en las dirigidas por mujeres-, la violación y los malos tratos se presentan con frecuencia en clave de humor (Pilar Aguilar: Mujer, amor y sexo en el cine español de los 90). ¿Se imaginan que alguien hiciera lo mismo respecto al terrorismo?... Este ejemplo debería bastarnos para empezar, por fin, a darnos cuenta de que todo el esfuerzo que se está realizando en cuanto a malos tratos, igualdad salarial o paridad política, se arriesga a ser insuficiente –por no decir saboteado- si no nos tomamos en serio la igualdad en la cultura.
Laura Freixas, escritora, es autora de Literatura y mujeres.
www.laurafreixas.com

Laura Freixas






Laura Freixas estará en Oviedo en Trascorrales  el próximo jueves con Rosi de Palma


viernes, 8 de marzo de 2013

Mujeres de Mali Rosa Regás

Mujeres de Mali


Cientos de mujeres que viven en el más absoluto anonimato, mejor dicho que vivían en el más absoluto anonimato, que recorrían decenas de kilómetros cada día para asistir a reuniones con muchachas jóvenes y convencerlas de que no permitieran que se practicara la ablación a las hijas recién nacidas tal como exigían tantas veces la autoridades de su aldea, los padres de las criatura o incluso las abuelas que en aquella cultura gozaban de una inmensa autoridad.
Esto ocurría hace seis o siete años cuando para escribir un reportaje sobre la ablación hice un largo viaje por la zona al norte de Bamako y al sur de donde hoy se dirime quien va a imponer su ley en los territorios del norte.
Todas aquellas mujeres arrastraban desde la infancia los dolores de una brutal intervención que no solo las había dejado inválidas para una vida sexual sana y placentera sino que las había sometido a dolores sin fin a lo largo de todos los procesos de su vida infantil, adolescente y adulta. Poco a poco habían sido informadas de que no existían razones religiosas para la ablación, es decir, que era una práctica que ni siquiera se citaba en el Corán, ni razones médicas como defendían en su ignorancia y cinismo familias y hombres de las aldeas. Y ellas, cargadas con sus irreparables deterioros, se habían propuesto que al menos las mujeres de su entorno conocieran los horrores a los que condenaban a sus hijas. Su esperanza, como siempre lo es la de las mujeres, era limitada. Si en Mali se practicaba la ablación al 92% de las niñas, esperaban que con su trabajo diario acabarían convenciendo a muchas de ellas y poco a poco ese ignominioso tanto por ciento iría retrocediendo hasta desaparecer, claro que en un tiempo que ni ellas ni su hijas conocerían muy probablemente. Porque no se trataba de conseguir la prohibición oficial ya vigente hacía algunos años pero que no había servido de mucho, porque se seguía practicando en la oscuridad de las chozas de las curanderas con tijeras y cuchillos oxidados que, en cambio, aumentaban la mortalidad infantil. Porque en Mali, como en España, no es solo leyes lo que falta, sino control del cumplimiento de las ya existentes, es decir, inspectores un poco menos corruptos que los que han promulgado esas leyes.
No soy partidaria de las guerras, ni acostumbro a creer los motivos que las han provocado de que nos informan las agencias internacionales que nos llegan por lo medios de comunicación nacionales e internacionales. Pero viendo como hemos visto hasta, hace unos días, a un país como Mali sometido durante decenios a la autoridad colonialista y a tantas oscuras tradiciones que nadie se ocupó entonces en desarraigar, dejo por un momento de lado los horrores de una guerra, la justicia o injusticia de la que viven en estos momentos los malienses e intento olvidar el injusto trato recibido tradicionalmente por los tuaregs y por otras tribus que podrían también estar en el origen de esa guerra para centrarme en el freno que supondría -quiero creer que así sería- la victoria de las tropas francesas en la imposición de normas no religiosas sino de brutal e inhumano sometimiento de la mujer. Las que harían suyas esos talibanes que se cuelan en todas las batallas para acabar dominando el territorio que han ayudado a ocupar. Y sobre todo reducir a prácticamente a nada la condición de la mujer.
Porque la ablación,  una de sus leyes más queridas y que impondrán si ganan con mano férrea, no es más que un instrumento en manos de los hombres para convertir a las mujeres en esclavas dolientes para el resto de sus vidas,  en miserables e incultas bestias de carga noche y día y en seres infrahumanos lejos de la igualdad que preconizan los derechos humanos.
¿Dónde estarán ahora aquellas mujeres llenas de fe en un progreso para sus hijas y nietas, que conocí entonces? ¿Se acordará alguien de ellas si la guerra logra vencer la ideología talibán?

 :::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::::
 Ayer en Oviedo pudimos escuchar este artículo en la voz de Charo López en el Salón de Té del Teatro Campoamor. inaugurando los Encuentros Literarios de esta ciudad, que llevaba años sin este acto.
Rosa Degás a su lado escuchaba su prosa en la voz de Charo y nos habló de su vida, de parte de su trayectoria, de la importancia de sentirse orgullosa de ser feminista, de que los hombres sean feministas.
Y nos recordó lo que un cura le enseñó:
La independencia económica hace libres a las mujeres.
 Hoy 8  de marzo tengamos presentes las barreras que nos limitan como mujeres y tratemos de saltarlas.

martes, 5 de marzo de 2013

De la mujer poema de Mª José Flores

De la mujer
Las mujeres marcadas por la ceniza.
Veladas por la niebla del desprecio.

La que oculta su cuerpo con las lunas y busca
la pureza del agua.

La que trenzó en la noche un collar silencioso
de abandono y espera.

La mujer desgarrada en el lecho del rayo.

La niña.
La niña que se mira desangrar y no entiende
no entiende la crueldad de la cuchilla.
Y forcejea
y busca
la claridad cegada
para siempre cegada
de su cuerpo.

Las que arrastran sus sueños
como el peso de un fardo.

La mujer cuyas venas conocen el misterio.

La que se tiende a solas al borde de la noche
y bebe de su propia transparencia.

Las que rozan dichosas las ramas del sentido
y las ramas del alba.

Las que acarician libres el rostro de los días.

La que cruza insumisa un camino de brasas.

Ayer que no termina nunca, la última de Coixet