Mujeres de Mali
Esto ocurría hace seis o siete años cuando para escribir un reportaje sobre la ablación hice un largo viaje por la zona al norte de Bamako y al sur de donde hoy se dirime quien va a imponer su ley en los territorios del norte.
Todas aquellas mujeres arrastraban desde la infancia los dolores de
una brutal intervención que no solo las había dejado inválidas para una
vida sexual sana y placentera sino que las había sometido a dolores sin fin a lo largo de todos los procesos de su vida infantil, adolescente y adulta. Poco a poco habían sido informadas de que no existían razones religiosas
para la ablación, es decir, que era una práctica que ni siquiera se
citaba en el Corán, ni razones médicas como defendían en su ignorancia y
cinismo familias y hombres de las aldeas. Y ellas, cargadas con sus
irreparables deterioros, se habían propuesto que al menos las mujeres de
su entorno conocieran los horrores a los que condenaban a sus hijas. Su
esperanza, como siempre lo es la de las mujeres, era limitada. Si en Mali se practicaba la ablación al 92% de las niñas,
esperaban que con su trabajo diario acabarían convenciendo a muchas de
ellas y poco a poco ese ignominioso tanto por ciento iría retrocediendo
hasta desaparecer, claro que en un tiempo que ni ellas ni su hijas
conocerían muy probablemente. Porque no se trataba de conseguir la
prohibición oficial ya vigente hacía algunos años pero que no había
servido de mucho, porque se seguía practicando en la oscuridad de las
chozas de las curanderas con tijeras y cuchillos oxidados que, en
cambio, aumentaban la mortalidad infantil. Porque en Mali, como en
España, no es solo leyes lo que falta, sino control del cumplimiento de
las ya existentes, es decir, inspectores un poco menos corruptos que los
que han promulgado esas leyes.
No soy partidaria de las guerras, ni acostumbro a creer los motivos
que las han provocado de que nos informan las agencias internacionales
que nos llegan por lo medios de comunicación nacionales e
internacionales. Pero viendo como hemos visto hasta, hace unos días, a un país como Mali sometido durante decenios a la autoridad colonialista
y a tantas oscuras tradiciones que nadie se ocupó entonces en
desarraigar, dejo por un momento de lado los horrores de una guerra, la
justicia o injusticia de la que viven en estos momentos los malienses e
intento olvidar el injusto trato recibido tradicionalmente por los
tuaregs y por otras tribus que podrían también estar en el origen de esa
guerra para centrarme en el freno que supondría -quiero creer que así
sería- la victoria de las tropas francesas en la imposición de normas no
religiosas sino de brutal e inhumano sometimiento de la mujer. Las que
harían suyas esos talibanes que se cuelan en todas las batallas para
acabar dominando el territorio que han ayudado a ocupar. Y sobre todo reducir a prácticamente a nada la condición de la mujer.
Porque la ablación, una de sus leyes más queridas y que impondrán si ganan con mano férrea, no es más que un instrumento en manos de los hombres
para convertir a las mujeres en esclavas dolientes para el resto de sus
vidas, en miserables e incultas bestias de carga noche y día y en seres infrahumanos lejos de la igualdad que preconizan los derechos humanos.
¿Dónde estarán ahora aquellas mujeres llenas de fe en un progreso
para sus hijas y nietas, que conocí entonces? ¿Se acordará alguien de
ellas si la guerra logra vencer la ideología talibán?
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Ayer en Oviedo pudimos escuchar este artículo en la voz de Charo López en el Salón de Té del Teatro Campoamor. inaugurando los Encuentros Literarios de esta ciudad, que llevaba años sin este acto.
Rosa Degás a su lado escuchaba su prosa en la voz de Charo y nos habló de su vida, de parte de su trayectoria, de la importancia de sentirse orgullosa de ser feminista, de que los hombres sean feministas.
Y nos recordó lo que un cura le enseñó:
La independencia económica hace libres a las mujeres.
Hoy 8 de marzo tengamos presentes las barreras que nos limitan como mujeres y tratemos de saltarlas.
Cómo me hubiera gustado disfrutar la voz Charo López y las palabras de Rosa Regás.
ResponderEliminarGracias por recogerlas y trasladarlas al blog
Estabas en cierta forma allí, pregunté pensando en tí, en lo que habiamos estado hablando...
ResponderEliminar- Dado que viajaste a Mali, y aunque me imagino que no habrás presenciado una ablación, pero habrás hablado con mujeres que la han practicado ¿en qué estado está la mujer que mutila a otra al hacerlo?
- No ví ninguna ablación, el lugar es sobrecogedor, cabañas con el suelo de tierra, las gilette oxidadas, todos hemos visto fotos, hablé con las que la hacen mujeres y para ellas estan haciendo lo que su cultura determina, no vacilan, están haciendo algo que creen que deben de hacerlo.
Hay que estar tan deshabitada para creer lo que están haciendo…
ResponderEliminarme ratifico en los versos que escribí: “…sin piedad, severa, perturbada, abatida”
Desde su cultura están haciendo lo que creen qye deben hacer, no hay vacilación, no hay abatimiento. Es la mirada desde occidente, desde otra cultura, desde otra vivencia, desde otra conciencia la que hace brotar el abatimiento, la vacilación, relacionar su acción con la mutilación. De ahí mi respuesta en el cuento, el diálogo entre la madre y la abuela.
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