martes, 22 de abril de 2014

Las Patronas ( I Parte)

LAS PATRONAS (PRIMERA PARTE)

Mar 17, 2014Escrito por  Donovan Hernández
Las patronas (primera parte)

 Con ilustraciones de Joshua Hernández
Gracias Quele

Pan que al romperte dejas escapar
 el calor de la tierra, la humedad
 de aquel suelo en que fuiste espiga,
 danos
 el sencillo milagro de este placer,
 acompaña la dicha de la amistad
 y una vez más recibe nuestras gracias
 por liberarnos de hambre y odio.
José Emilio Pacheco, “Alabanza” en Miro la tierra

I. Mujeres del cañaveral
Si recorres suficiente tiempo la Avenida Universidad, no tardarás en llegar a la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal. Ya sabes, la que tiene los muros empedrados y es de color gris; sí, enfrente del Metro Viveros. Allí se encuentran dos mujeres que por sonrisa llevan dos sandías que no les caben en el rostro. Te contagian; te abren un mundo nuevo, mucho mejor. Reposan merecidamente en una esquina, luego de una jornada completa atendiendo su mesita con esmero. Cuidan a sus niños, informan de sus productos a todos los que se acercan con curiosidad; ofrecen un chilito especial, le dicen Polvo de oro, venden café. Estas mujeres –especiales, son como cualquiera- hicieron algo extraordinario: se organizaron solas para auxiliar a los migrantes centroamericanos, quienes a diario pasan por el Municipio de Amatlán de los Reyes, Veracruz, a treinta o cuarenta minutos de Córdoba.
Muchos las llaman Las Patronas, llevan 19 años enseñando a universitarios y sociedad civil, a gobernantes y poderes federales el significado de la solidaridad. Gracias al equipo de Llévate mis amores, que realizan un documental sobre sus esmeros, me enteré que estarían en aquel lugar simbólico. El 26 de febrero charlamos con Leonila Romero y con su tía Fabiola Gonzáles Herrera.

El tren de las Moscas
“Iniciamos en 1995. Bernarda y Rosa compraron pan y leche para consumo familiar. A las siete, de regreso a casa, el tren iba pasando.” En él, agazapados con su esperanza de una vida digna y trabajo, venían varios migrantes; “iban distribuidos de dos, tres personas en cada vagón”, nos dice Leonila. “Les empezaron a gritar que tenían hambre, que si no les regalaban el pan.” Antes la familia de Bernarda se refería a ellos como los Aventureros, los llamaban el Tren de las Moscas: ese era el decir de los abuelos, era el decir de varios en el pueblo; pues estos intrépidos viajeros arriesgan su vida, mientras se sujetan con todas sus fuerzas a la madera de los trenes. Para que esa fuerza no se evaporara, para que arribaran a su destino, las modestas Bernarda y Rosa regalaron el pan.
Algo ocurrió entonces, algo que cambiaba para siempre su lugar en el mundo. Un acto fundacional:
Las generosas mujeres que lanzaban su escaso alimento a los migrantes, recibieron a cambio una retahíla de gratitud; un enjambre de palabras encantadas, sólo para ellas.
Fueron colmadas de bendiciones. Así relatan.
Llegaron a casa, a platicarlo con la abuela Leonila Vázquez (que se llama igual que nuestra entrevistada, al menos la que platica con más desenvoltura).

Hacer lonches
Las mejores historias comienzan con una pregunta sencilla: “¿Y por qué no nos organizamos para hacer lonches?” Los domingos –era costumbre- se reunía la familia para convivir, platicaron entonces. Empezaron a hacer cazuelas de arroz, salsa de huevo, fueron por 400 pesos de tortilla. “¿Pero cómo vamos a aventarles los tacos así nomás?” La abuela compraba bolsas para lanzar los taquitos, proyectiles de la esperanza, pues el tren pasa a toda velocidad y nadie puede detener el andar del transporte improvisado de cientos de “hermanos centroamericanos”.
Así fue hasta el 2000, cuando unos estudiantes del Tec de Monterrey llegaron a la Casa del Migrante de Orizaba. Varios de ellos, nos dice Leonila, hicieron sus tesis sobre migración. Allí les dieron referencia de unas mujeres que daban de comer a los migrantes. Los chicos, impresionados, fueron a buscarlas y fue ese mismo año que las solidarias mujeres se enteraron por primera vez que todas esas personas, a las que habían alimentado por cinco años sin pedir nada a cambio, tenían una condición específica: eran migrantes, venían de Centroamérica. Para ellas, sólo eran humanos; como tú y como yo, hermanos a quienes procurar por el simple hecho de que viven y son vulnerables. Los muchachos, preocupados, les dijeron que debían tomar talleres, informarse sobre los derechos humanos. “Antes era un delito dar de comer a los migrantes” –recuerda la jovial Leonila entre risas. Entonces comenzaron a participar en foros y diplomados. Llegó, sin esperarse, algo de reconocimiento.

Un quelite del cañaveral
2005 fue un punto de inflexión para Las Patronas. Ese año, un estudiante del Tec grabó un corto sobre ellas. Empezaron a tener apoyo de Universidades, pues a la fecha no cuentan con respaldo en su pueblo; en su localidad, sólo la familia las apoya. Actualmente reciben ayuda del D.F. y Jalapa, entre otras regiones de la República. Pero antes, todo lo hacían con sus propios recursos.
El flujo migratorio comenzó a subir, sus bolsillos lo sabían. Hubo que resolver, no iban a cejar; no iban a dejar de repartir esperanza en forma de lonches para todos aquellos abandonados de la globalización. Todos les habían dado la espalda: gobiernos, instituciones, el mundo entero; pero ellas no, ellas eran más fuertes que todo eso: son inquebrantables.
Entonces la abuelita se iba al campo, al cañaveral, a recoger quelite; lo preparaban con rajas. Recogían naranjas y caña, todo lo que encontraban regado en el campo.
En el 2000, un padre de Peñuela les pregunta si hacía falta pan; entonces supieron que los centros comerciales daban esa merma, el pan que no alcanzaban a vender. Y lograron reabastecerse para seguir entregándoselo a los tránsfugas de la pobreza.


Breve nota aclaratoria: Respecto del artículo anterior, publicado en febrero del año que corre, Ana Andrade me solicitó atentamente que hiciera una breve aclaración en relación al episodio final relatado allí. Acerca del polémico evento que implicó a casi 300 migrantes que saltaron la barda divisoria del territorio nacional, Ana desconoce totalmente la identidad de los organizadores y no puede afirmar que se tratara de artistas en específico. Por lo demás, se encuentra muy contenta con el reportaje.

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